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Que nuestros hijos e hijas se diviertan jugando es uno de nuestros objetivos cuando elegimos los juguetes que consideramos adecuados. Existe tal variedad que resulta muy difícil escoger de forma adecuada y a veces, nos dejamos llevar por la publicidad o por lo que vemos que gusta a los otros niños. No obstante, antes de dejarnos deslumbrar por tantos juguetes, no está de más conocer qué es el juego desestructurado y qué beneficios tiene en nuestros peques.
Seguro que habéis oído alguna vez a alguien quejarse porque su peque no se entretiene con ningún juguete, pero sin embargo se pasa las horas jugando con objetos bastante cotidianos: los tuppers, unas telas, el bastón del abuelo o el montón de revistas que están junto a la mesita de la tele. Y es que los niños y las niñas son ante todo curiosos y curiosas, y todo aquello que tienen a su alrededor y que los adultos utilizamos de forma asidua, despierta en ellos la necesidad de utilizarlo, saber para qué sirve o simplemente para experimentar.
Y esto sería básicamente el juego desestructurado. Es aquel material que no es un juguete en sí y que en realidad no tiene una finalidad concreta, no lleva instrucciones, no se ha de aprender a utilizarlo, no tiene música, ni luces y por lo tanto no se espera de él unas expectativas concretas.
El juego desestructurado es muy beneficioso para la primera infancia: unos ovillos de lana, unas piezas de madera, unas piedras recogidas en la playa, piñas recogidas en el monte… son piezas que al no tener una utilidad concreta estimulan la imaginación y la creatividad de los más peques. Se pueden amontonar, separar, lanzar dentro de un cubo, ordenar en fila… y simular que son un rebaño de ovejas, unos coches con los que organizar una carrera o incluso una familia que sale a pasear al parque. En el juego desestructurado no existen los límites, así que, sin ser un juguete, dan mucho juego y fomentan el aprendizaje, favorecen la espontaneidad de los más peques, su imaginación y su capacidad de razonamiento. También las piezas de madera o de plástico con distintas formas que nos permiten apilar o encajar las piezas funcionan como juego desestructurado.
Cuando hablamos de este tipo de juego, diversas teorías dicen que ayuda a los niños a desarrollar sus funciones ejecutivas, que son aquellas habilidades cognitivas que favorecen la fijación de las metas, el desarrollo de la planificación y en definitiva la atención plena en la realización de un trabajo. Una serie de habilidades que, a la larga, también pueden influir de forma positiva en el rendimiento escolar.
Y es que el juego desestructurado les permite explorar distintas posibilidades hasta llegar a un objetivo que ellos mismos se han puesto, o que van descubriendo a medida que juegan, ya que realmente, esas piedras o tuppers, se convierten en un juego simbólico que va cobrando vida en su mente y en su juego.
Y como es fundamentalmente creativo, es por tanto un juego que puede ser infinito, ya que las mismas piezas apilables hoy pueden ser un castillo y mañana una selva tropical. Así pues, en el juego desestructurado el principal protagonista es el niño o la niña y su imaginación.
Así que si observas que tu peque no hace demasiado caso a los juguetes que con tanta ilusión le habéis comprado y se entretiene con lo primero que pilla, no te preocupes, hay tiempo para todo y a esa edad, es toda una aventura descubrir juguetes donde los adultos no los vemos tan fácilmente.
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